Un sólido platónico es un poliedro convexo cuyas caras son polígonos regulares idénticos y todos sus ángulos iguales. Además, en todos los vértices de un sólido platónico confluyen la misma cantidad de caras. El caso más conocido de un sólido platónico es el cubo, cuyas caras son seis cuadrados idénticos.
Los antiguos griegos llegaron a demostrar que solo existen cinco sólidos platónicos: el tetraedro regular, el cubo (hexaedro regular), el octaedro regular, el dodecaedro regular y el icosaedro regular. Platón describió estos cinco sólidos alrededor del año 350 a.C. en su obra Timeo. Su belleza y simetría lo fascinaron y creía que estas formas representaban las estructuras de los cuatro elementos fundamentales que componen el cosmos. Para Platón, el tetraedro representaba el fuego, el octaedro el aire, el icosaedro el agua, el cubo la tierra y decidió que Dios se servía del dodecaedro para organizar las constelaciones celestes.
Pitágoras de Samos conocía seguramente tres de los cinco sólidos platónicos (el cubo, el tetraedro y el octaedro). Se han descubierto versiones ligeramente redondeadas de estas figuras, hechas de piedra, en áreas habitadas por los últimos habitantes neolíticos de Escocia, al menos mil años antes que Platón.
El astrónomo Johannes Kepler (1571-1630), en un intento de describir las órbitas de los planetas alrededor del Sol, construyó modelos de s´+olidos platónicos que podían encajarse unos dentro de otros. Aunque las teorías de kepler no eran correctas, fue uno de los primeros científicos que insistió en buscar explicaciones geométricas a los fenómenos celestes.
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